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Historia de Los Mina:Sergio Vargas Llenó Tanques de aguas a 50 Cent.(Cap.XXV,6-17-2)



Por considerarlo importante para la Historia de Los Mina publicamos este artículo del Listín Diario del 16 de abril del 2012, señalando que Sergio Vargas vivió en Los Mina en el año 1976.

Sergio Vargas  narra cómo se fue caminando de Los Mina a Villa Altagracia.

El cambio de vida tras participar en 1981 de un festival de la voz.






Es  a los 10 años de edad cuando Sergio Vargas hizo conciencia de que era huérfano. La muerte de su madre, Ana Parra (de 26 años), le dejó un vacío y el alma desgarrada. Junto a cuatro hermanos, vivía en el batey Las 80 Casitas de Villa Altagracia.
 

Allí entablaba un pleito frecuente con Dios, pues no entendía por qué no podía, como sus primos, tener la dicha de envolver unas tazas o unos platos en papel celofán y entregárselos a su progenitora el día de las madres. Sergio creció anhelando ese amor por su madre, fallecida en 1966 cuando él apenas tenía seis años de edad.




“A mi madre la asesinaron. Fue al hospital y ella le dijo al médico que era alérgica a la penicilina y él le dijo: si eres médico cúrate tú; la inyectó y mi madre falleció”.
Pero aunque no ha estado físicamente, Ana Parra siempre lo ha acompañado. El merenguero sostuvo que la ha visto en momentos significativos de su vida.



“A mí no me gusta hablar de eso porque la gente dirá que estoy loco. Recuerdo que el día que grabé el tema La Quiero a Morir vi esa mariposa que tenía el rostro de mujer y que voló por todo el estudio mientras estaba grabando; inmediatamente supe que era mi madre”.


Así también dijo que la vio como una sombrilla evitando que no lloviera cuando se presentó en el anfiteatro Altos de Chavón (1988, y en medio de unas cortinas en el
Hotel Jaragua cuando ensayaba para un espectáculo en el 1990.



La falta de una madre al lado y la pobreza económica familiar lo llevaron desde temprana edad a la calle a trabajar para ayudar al papá y a sus hermanos. A los once años, don Sergio Vargas padre se casó de nuevo con Ramona, quien procreó cuatro hijos para completar los nueve.                                                                              
 




En ese trajinar en busca del pan, la familia se mudó a Los Mina, donde la historia de vicisitudes cambió el curso de su vida.




“Lo peor que me ha pasado es la muerte de mi mamá y después salir de Villa. A mí no podían sacarme del lado de mi abuela y de ese batey. Yo moría de angustia y de sufrimiento”, recordó durante su visita al Listín Diario.


En Los Mina trabajaba llenando tanques de agua a 50 centavos el tanque. Todos los días ganaba un peso con 50 y con eso compraba comida para toda la familia.
Ya contaba con 16 años y lo único que le pedía a su padre era que le permitiera regresar a Villa Altagracia. Si pasaba de curso (de octavo a primero de bachillerato) su deseo era concedido. Y así lo logró. 



Ese día que decidió irse de Los Mina, de vuelta a Villa, no tenía un peso el negocio del agua estaba paralizado porque en esos días había caído el más grande aguacero que recuerde). En una decisión de arrebato y coraje, no le quedó más remedio que irse a pies.

En medio del relato al Listín Diario no aguantó más. Un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos eran evidencia de cómo su mente volaba en ese momento a ese pasado de la nada.

Un sorbo de agua y las palabras de aliento y solidaridad de los presentes le ayudaron a recuperarse y continuar hablando.





Al salir no se despidió de nadie, no fuera a ser que su papá le negara la aprobación inicial. Caminó desde Los Mina a la Duarte con Eusebio Manzueta en un tiempo de casi tres horas, pero cuando llegó el último transporte que iba a Villa Altagracia ya había partido.

“Entonces mandé toda mi energía para mis rodillas y mis pies, y dije: mi amor por Villa Altagracia es muy grande. Yo nunca he amando tanto como he amado a ese pueblo. Arranqué a pie, como a las 7:00 de la noche”.

Corría el año 1976. Sin moto concho, ni celulares ni la inseguridad de hoy día, el muchacho de Villa siguió de la Duarte su ruta caminando hacia su meta. Iba acompañado de gente que trabajaba en la ciudad y regresaba a Los Alcarrizos. Alrededor de a las 10:00 de la noche, ya en la entrada a Los Alcarrizos, le dio un mareo por la sed y el hambre.



A esta altura del relato a los periodistas tuvo que taparse la cara con el sombrero y duró varios minutos sin poder hablar.
 



Después que se repuso, recordó que Dios terminó acompañándolo, ya que el chofer del camión que trasportaba los periódicos de LISTÍN DIARIO al Cibao se paró y “le dio una bola” junto con otras personas.




“Estaba tan cansado que me pasé de Villa Altagracia y cuando me di cuenta ya iba muy lejos (el cuartel policial de La Cumbre). Entonces volví a emprender el viaje para atrás, caminando y a unas cuatro casas de la vivienda de mi abuela, doña Goya, me desmayé”.



Ya en Villa, con el tiempo se convirtió en el cantante del pueblo, para serenatas y presentaciones locales. Una vez, una enfermera fue a buscarlo para que le cantara a un médico, pero él estaba enfermo de tiempo después se enfermó de tiricia (hepatitis).

En 1981 llegaba una nueva década y a este pueblerino que llegó a cortar caña la suerte le cambiaría para siempre tras su participación en el Festival de la Voz que organizó Rafael Solano en “El Show del Mediodía” y que conducía Yaqui Núñez del Risco. Ganó el segundo lugar.







Tiempo después, Dioni Fernández fue a buscarlo, luego de que la periodista Ana María Arias le hablara de ese muchacho con sobrado talento. “Mi abuela se la puso un poco difícil a Dioni porque venía mucha gente a engañarme, pues yo era el cantante de las serenatas de Villa Altagracia... Un músico de Villa, Julián Carmona, es que lo lleva a mi casa porque no sabía llegar. Cuando tomé la decisión, mi abuela me dijo: mira hijo, nada más cuídate de una sola cosa: no beba mariguana, no beba eso” a partir de su entrada al Equipo de Dioni, la historia es de éxitos, que incluyen posterior ingreso a Los Hijos del Rey y luego con su propia agrupación.




Al contar su historia, él no quiere que se le vea con pena. Todo lo contrario: “Lo que quisiera es que hombres y mujeres de República Dominicana acepten que se puede venir de la nada a la fama y del hambre a los alimentos sin hipotecar la dignidad ni los valores que nuestros padres se esforzaron nada más con ejemplo”.


Desde hace décadas Sergio Vargas tiene en su natal Villa Altagracia un rincón sagrado en una loma. Allí posee su casa familiar permanente. Sin embargo, la paz experimentada en largos años en ese mágico lugar terminó.




Producto de la delincuencia que se registra en el país, se sintió inseguro y se vio obligado a mudarse con dolor de su alma.                                                                                          



“En el país entero hay inseguridad. Me fui a Sosúa, a un barrio, en Charamico, y todas las casas han sido atracadas”, explicó al justificar la mudanza y la situación de inseguridad que no sólo se vive en Villa Altagracia.



El hijo natural y más distinguido de Villa siente que es momento de irse a la raíz del problema: la educación y la generación de empleos para el sustento de las familias.

Según él, la crisis económica y de valores ha llevado a que muchos padres hayan perdido el respeto de sus hijos y sus parejas, generándose la descomposición social. “Cada vez que veo gente pidiendo en un semáforo con los brazos más fuertes que yo, lo que quiero es coger un bate. Cada vez que veo jóvenes de mi país totalmente desconectados con lo que son sus compromisos y la materialización de sus sueños, yo lo que quiero es ver cómo me convierto en una vaina para volarle arriba”, se quejó.


Que se mude de su casa en la loma de Villa no significa que deje a su suerte a la gente. “Villa es un pueblo maravilloso; he sido de los pocos artistas que es profeta en su tierra”, afirmó. Por eso, añadió, el dinero que ganaba en la Cámara de Diputados (2006-2010) lo repartía entre la gente y en instituciones.




A pesar de que no fue elegido para ocupar una nueva curul en el Congreso no descartó otro intento. “Yo siempre he estado dispuesto a sacrificarme por mi comunidad, pero aquí no respetan eso”.


Sobre el accionar político de los dominicanos, le preocupa el clientelismo de los últimos tiempos.  “Hay una situación que se da muy delicada: la gente a la vez que exige servicio está cobrando por votar y nadie toca esa fibra porque en el juego del clientelismo participan los que cobran y los que pagan”, afirmó.

Lamentó que la política se haya convertido en una subasta al mejor postor. “Pero vivimos en una mentirita porque el que habla así se sale del grupo, no quieren gente que hable así”.

                                        

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